
Pandemia, revalorización del Estado y Comunidad Organizada.
2 mayo, 2020Opinión
Lic. Juan M. Villa
El surgimiento de un nuevo virus de gran letalidad en la ciudad china de Wuhan que rápidamente se expandió al resto del mundo causando miles de muertes, y del cual todavía no aparece ninguna solución cercana, ha despertado numerosas reflexiones acerca del futuro de la humanidad. Lo que atraviesa estos análisis es la idea de crisis terminal de la globalización en su versión neoliberal. Ninguna de las crisis anteriores, incluida la que comenzó en 2008 en Estados Unidos y luego se propagó al mundo, había llegado a cuestionar los fundamentos del consenso hegemónico neoliberal.
El primer elemento a considerar es el duro golpe al discurso individualista y promercado. Se ha revelado como nunca antes el fracaso de los “mercados autorregulados” y la eficacia del Estado como ordenador social. La prueba palmaria fueron los gobernantes que se resistieron a intervenir y que hoy tienen sus sistemas sanitarios colapsados y millares de muertos.
Esto nos conduce a nuestra primera tesis: la confirmación de la supremacía absoluta del Estado sobre el mercado en la gestión de la crisis. Los apologistas de la mano invisible del mercado y voceros del capital financiero han enmudecido y se encuentran en el más absoluto desconcierto. Por primera vez en décadas, el relato de la derecha a escala planetaria ha sucumbido como un castillo de naipes. Sus apelaciones a la libertad y sus diatribas contra el intervencionismo estatal resultan grotescas, como la carta del cruzado neoliberal Mario Vargas Llosa firmada por Mauricio Macri. ¿Qué queremos decir con esto? Que en la conducción ideológica de la crisis prevalece una visión que promueve la intervención del estado en su faz protectora. Por primera vez en décadas se reanimaron debates clausurados, al menos desde la caída del Muro de Berlín y del bloque soviético, cuando se decretó el fin de las ideologías. Pero estos debates teóricos y políticos serán bajo una relación de fuerzas distinta, con un claro retroceso del discurso neoliberal y globalista que pretendió subordinar a los estados nacionales a la lógica del capital financiero y con un reverdecer discursivo y práctico respecto a las capacidades reguladoras y redistributivas del Estado. Es posible, como señala el filósofo Damián Selci, que estemos a las puertas de una “primavera ideológica”, muy a pesar del acorralado argumento del apoliticismo.
En consecuencia, también ha entrado en crisis lo que el imaginario neoliberal construyó como medida del éxito o el fracaso en las sociedades contemporáneas: el mérito individual. La idea de que “nadie se salva solo” es un golpe demoledor a la meritocracia. La vida y la salud no son experiencias individuales sino comunitarias y las apelaciones a cuidarnos entre todos han calado hondo en la sociedad, tanto que quien transgrede esas reglas de cuidado con conductas irresponsables recibe una visible condena. Vamos aquí con la segunda tesis: se ha generado una conciencia extendida de que esta crisis sólo puede superarse de manera colectiva, solidaria y disciplinada.
Otro de los mitos desnudados es la remanida teoría del derrame, que parte del supuesto de que la riqueza concentrada en la cúspide de la pirámide en determinado momento comenzará a recaer en el conjunto social. Esta teoría nunca se ha verificado y, por el contrario, la concentración de la riqueza se ha inmovilizado en pocas manos y ni siquiera necesita ser reinvertida en el proceso productivo, sino que se valoriza a través de mecanismos financieros. Aquí planteamos nuestra tercera tesis: la revalorización del rol del Estado brinda la posibilidad no sólo de modificar el actual patrón de acumulación sino de cuestionar los fundamentos mismos de la desigualdad, como lo ha planteado el economista francés Thomas Piketty en su último libro Capital e ideología. Necesariamente se deberá avanzar contra esa ínfima elite mundial que acapara colosales ganancias en detrimento de las mayorías.
Estas cuestiones no son novedosas, pero han quedado expuestas con toda crudeza con la aparición del virus. Sin embargo, no arrancamos de cero en la tarea de conjurar dichas fuerzas. Tenemos la experiencia acumulada de los gobiernos populares en nuestro continente que fueron a contracorriente del consenso neoliberal y sufrieron por ello la formidable presión del imperialismo.
Por su parte, el coronavirus ha sido el detonante de una reconfiguración mundial que ya venía consolidándose. Estados Unidos ha dejado de ser la única superpotencia mundial al tiempo que China y Rusia se han transformado en los otros dos polos de poder. China se ha embarcado en un proyecto de transformación basado en la gestión del conocimiento y la industrialización, quebrando cinco siglos de hegemonía de los países del Atlántico Norte. Rusia, por su parte, que ha regresado al primer plano mundial, cuenta con un inmenso territorio, grandes riquezas energéticas y un complejo industrial militar de punta que la colocan como el otro polo de poder en el concierto de las naciones. Es decir, que el mundo se ha desplazado de un orden unipolar a uno multipolar.
Esta reconfiguración transformará (ya venía haciéndolo) las relaciones interestatales y la arquitectura institucional. El G20, que ha desplazado al G7, refleja la nueva composición del centro con la participación de China y varios países emergentes, entre ellos Argentina. El Grupo de los 77+China, o el BRICS son parte de las nuevas relaciones que propone el nuevo centro con los demás países. Es claro que los organismos internacionales de crédito ya no tienen ningún margen para imponer las recetas de austeridad en los países endeudados. Aún no sabemos acabadamente la dinámica que tendrá el nuevo mundo cuando el virus sea controlado, pero es posible advertir algunas tendencias. Es probable que culmine la etapa de “financierización” de la economía y del anarcocapitalismo, y que en su lugar resurja una agenda orientada bajo otros paradigmas ideológicos que subordinen la maximización de ganancias al bienestar de la población con una revalorización de lo público. Más allá de la complejidad que atraviesa actualmente América Latina y el proceso de integración, que se manifestó en estos días con las disputas en el MERCOSUR entre Argentina y Brasil, sostenemos la cuarta tesis que tiene que ver con aprovechar las nuevas condiciones del sistema internacional con alianzas estratégicas y no subordinadas.
La comunidad organizada como horizonte
En 1949, en la ciudad de Mendoza, ocurría un hecho inédito: se llevaba a cabo un Congreso de Filosofía donde participaron prestigiosas figuras de la disciplina a nivel mundial. Allí, el presidente Juan Domingo Perón pronunciaría un discurso que se transformaría en la plataforma doctrinaria del movimiento peronista: “La Comunidad Organizada”. Pero basta recordar, aunque sea de manera sucinta, lo que había sucedido en las décadas previas. Las dos guerras mundiales habían dejado 100 millones de muertos y el continente europeo devastado por el hambre, la crisis del 30´ había quebrado la confianza ilimitada en la expansión capitalista entrando en una etapa de larga depresión económica, habían surgido movimientos totalitarios con ideologías extremas y campos de exterminio y el desarrollo científico – técnico mostraba su peor cara: se lanzaba una bomba atómica que en pocos segundos mataba a 200 mil seres humanos. La civilización occidental dejaba atrás su ideal de progreso indefinido y la humanidad transitaba un nihilismo signado por la incertidumbre.
Perón, en este contexto, exponía no solamente un programa político sino una filosofía trascendente para la humanidad en esas horas aciagas. No resultaba ocioso que en ese marco desolador “La Comunidad Organizada” interrogase sobre las nuevas formas de vida en común, como instancia donde pudiese conciliarse la tensión entre individuo y comunidad sin malograr ninguno de los polos, en una clara diferenciación del capitalismo estadounidense y del comunismo soviético: de allí la definición de Tercera Posición. La Comunidad Organizada se construye en forma ascendente y el Estado es el instrumento jurídico, político y administrativo que debe fortalecer las “organizaciones libres del pueblo”. No hay otra opción, desde la concepción de Perón, que la organización de las bases con claros objetivos trascendentes que deben ir institucionalizándose (“la organización vence al tiempo”). Hay, en efecto, una evolución del Yo en el Nosotros que es la integración superadora del individuo en un orden comunitario. En la cristalización del orden político si el Estado no podía anular al individuo, el capital debía subordinarse al bienestar del pueblo dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social (“la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”).
El paralelo histórico entre aquel contexto y nuestra realidad es significativo: un trauma social extendido globalmente y una incertidumbre nos obliga repensar el futuro como un imperativo ético. Desde el sur, nuestra propuesta sigue siendo la Comunidad Organizada. No es casual que la figura global de mayor influencia que viene haciendo las críticas más profundas al capitalismo financiero, a las consecuencias de la desigualdad y a las diversas formas de usura sea alguien que tuvo a la cosmovisión peronista como marco de referencia: el Papa Francisco.
“Nadie se salva solo” fue la frase que lanzó Alberto Fernández en la Cumbre del G20 a los líderes mundiales y que luego ha repetido en distintas intervenciones. No es una frase de ocasión, es una afirmación que tiene innegables reminiscencias de la perspectiva comunitaria y solidarista de la Comunidad Organizada. En la crisis actual, los postulados que Perón enunció hace setenta años resultan luminosos e indispensables para imaginar qué mundo queremos.